No resulta del todo sencillo explicar cómo se articulaban los grupos
políticos de la Revolución Francesa. Hoy en día la existencia de partidos
facilita esa labor, pero durante la Revolución no existían partidos como tales.
Existían los clubs políticos, también llamados sociedades patrióticas,
que pueden ser considerados como un
antecedente de los modernos partidos. Con ellos guardan algunas similitudes,
pero también múltiples diferencias.
Al igual que los partidos políticos, estos clubs eran asociaciones que
reunían a un grupo de personas con visiones de la realidad similares o
intereses compartidos. También contaban con una sede y cierta estructura
institucional (presidente, secretarios, etc.), y del mismo modo, casi todos
ellos tenían un registro de miembros que poseían un carnet y pagaban una cuota
anual que variaba según el tipo de club. En el seno de los mismos, también se
discutían ideas políticas y se debatían cuestiones de actualidad, inspirando la
actuación de aquellos que ocupaban escaños como representantes en las
diferentes asambleas que se sucedieron durante el proceso revolucionario, o
detentaban algún cargo público. Incluso poseían periódicos que difundían las
ideas del club, gracias a la iniciativa
personal de algunos de sus miembros, como ocurría con Marat (L´Ami du Peuple), Desmoulins (Le Vieux Cordelier) o Hébert (Le Père Duchesne), todos ellos del club
de los Cordeliers.
Pero para comprender con algo más de profundidad en qué consistían
estos clubs, debemos considerar qué los diferenciaba de los partidos políticos
actuales. Para empezar, la pertenencia a un club no excluía para asistir o
participar en los debates de otro, lo cual era bastante frecuente, mientras hoy
en día, militar en un partido imposibilita militar simultáneamente en otro. Por
otro lado, y esto quizá sea lo más importante, su misión era, sobre todo, dar a
conocer los vericuetos de la vida política, informar al público sobre lo que
sucedía en las asambleas –analizando los proyectos de ley, por ejemplo- y
debatir sobre cómo actuar ante los
diferentes acontecimientos que se iban sucediendo. Es decir, no capitalizaban
la actividad política ni eran el vehículo necesario para la participación
electoral, como sucede hoy con los partidos, a los que uno debe
obligatoriamente pertenecer si quiere presentarse a un cargo electo. Al
constituir una cámara de representantes se elegía a personas y no a clubes o
partidos y esto implicaba que la actuación de cada representante en la cámara,
pudiendo estar influida, no dependía de las directrices dadas por el club sino
de su propia conciencia. Así que la vida de los clubs discurría de forma, por
decirlo de algún modo, paralela a la de las asambleas, que a veces veían su
proliferación como algo peligroso y a veces los potenciaron, como luego veremos.
Con lo dicho no debe de extrañar que muchos de los cargos electos no
formaran parte de clubes, o al menos no de los más importantes, ni tampoco que
algunos de los grupos políticos que continuamente se mencionan cuando se habla
de la Revolución Francesa no estuvieran articulados en clubes. Así ocurría por
ejemplo con los girondinos. No existía ningún club girondino ni ninguna
sociedad girondina, ni tampoco la Llanura era un club, ni los termidorianos lo
fueron.
Esto significa que al hablar de los grupos políticos de la Revolución
Francesa debe pensarse en entidades más abiertas y complejas (difusas) que los
actuales partidos políticos. Estos grupos los componían individuos que
compartían una determinada sensibilidad política, que en ocasiones podían estar
vinculados a un mismo club y que, por carecer de una estructura
institucional, es decir, no ser más que un grupo de individualidades, se
dividían frecuentemente en facciones que a veces tomaban el nombre de la personalidad
destacada a la que seguían, como los lafayetistas
(lafayete), dantonistas (Danton) robespieristas (Rbespierre) brissontinos (Brissot), hebertistas (Hèbert), maratistas (marat), etc., o recibían otro sobrenombre a raíz de
determinadas circunstancias como sucedía con los enragés o los indulgentes.
Para complicar un poco más el panorama hay que decir que en las
ciudades importantes de Francia también se crearon clubes que a veces tomaban
el nombre de alguno de los parisinos y que terminaban afiliándose a ellos formando
una red a nivel nacional. El mejor ejemplo es el del club jacobino que contó
con gran cantidad de filiales repartidas por el país.
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