martes, 24 de noviembre de 2015

CLUBS Y GRUPOS POLÍTICOS EN LA REVOLUCIÓN (I): Introducción



No resulta del todo sencillo explicar cómo se articulaban los grupos políticos de la Revolución Francesa. Hoy en día la existencia de partidos facilita esa labor, pero durante la Revolución no existían partidos como tales. 

Existían los clubs políticos, también llamados sociedades patrióticas, que pueden ser  considerados como un antecedente de los modernos partidos. Con ellos guardan algunas similitudes, pero también múltiples diferencias.

Al igual que los partidos políticos, estos clubs eran asociaciones que reunían a un grupo de personas con visiones de la realidad similares o intereses compartidos. También contaban con una sede y cierta estructura institucional (presidente, secretarios, etc.), y del mismo modo, casi todos ellos tenían un registro de miembros que poseían un carnet y pagaban una cuota anual que variaba según el tipo de club. En el seno de los mismos, también se discutían ideas políticas y se debatían cuestiones de actualidad, inspirando la actuación de aquellos que ocupaban escaños como representantes en las diferentes asambleas que se sucedieron durante el proceso revolucionario, o detentaban algún cargo público. Incluso poseían periódicos que difundían las ideas del club, gracias a  la iniciativa personal de algunos de sus miembros, como ocurría con Marat (L´Ami du Peuple), Desmoulins (Le Vieux Cordelier) o Hébert (Le Père Duchesne), todos ellos del club de los Cordeliers.

Pero para comprender con algo más de profundidad en qué consistían estos clubs, debemos considerar qué los diferenciaba de los partidos políticos actuales. Para empezar, la pertenencia a un club no excluía para asistir o participar en los debates de otro, lo cual era bastante frecuente, mientras hoy en día, militar en un partido imposibilita militar simultáneamente en otro. Por otro lado, y esto quizá sea lo más importante, su misión era, sobre todo, dar a conocer los vericuetos de la vida política, informar al público sobre lo que sucedía en las asambleas –analizando los proyectos de ley, por ejemplo- y debatir sobre  cómo actuar ante los diferentes acontecimientos que se iban sucediendo. Es decir, no capitalizaban la actividad política ni eran el vehículo necesario para la participación electoral, como sucede hoy con los partidos, a los que uno debe obligatoriamente pertenecer si quiere presentarse a un cargo electo. Al constituir una cámara de representantes se elegía a personas y no a clubes o partidos y esto implicaba que la actuación de cada representante en la cámara, pudiendo estar influida, no dependía de las directrices dadas por el club sino de su propia conciencia. Así que la vida de los clubs discurría de forma, por decirlo de algún modo, paralela a la de las asambleas, que a veces veían su proliferación como algo peligroso y a veces los potenciaron, como luego veremos.

Con lo dicho no debe de extrañar que muchos de los cargos electos no formaran parte de clubes, o al menos no de los más importantes, ni tampoco que algunos de los grupos políticos que continuamente se mencionan cuando se habla de la Revolución Francesa no estuvieran articulados en clubes. Así ocurría por ejemplo con los girondinos. No existía ningún club girondino ni ninguna sociedad girondina, ni tampoco la Llanura era un club, ni los termidorianos lo fueron.

Esto significa que al hablar de los grupos políticos de la Revolución Francesa debe pensarse en entidades más abiertas y complejas (difusas) que los actuales partidos políticos. Estos grupos los componían individuos que compartían una determinada sensibilidad política, que en ocasiones podían estar vinculados a un mismo club y que, por carecer de una estructura institucional, es decir, no ser más que un grupo de individualidades, se dividían frecuentemente en facciones que a veces tomaban el nombre de la personalidad destacada a la que seguían, como los lafayetistas (lafayete), dantonistas (Danton) robespieristas (Rbespierre) brissontinos (Brissot), hebertistas (Hèbert), maratistas (marat), etc.,  o recibían otro sobrenombre a raíz de determinadas circunstancias como sucedía con los enragés o los indulgentes.

Para complicar un poco más el panorama hay que decir que en las ciudades importantes de Francia también se crearon clubes que a veces tomaban el nombre de alguno de los parisinos y que terminaban afiliándose a ellos formando una red a nivel nacional. El mejor ejemplo es el del club jacobino que contó con gran cantidad de filiales repartidas por el país.

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